Entrevistas

Hito de la arquitectura sustentable latinoamericana

Foto Roger Berta
Enrique Browne es un reconocido arquitecto chileno, autor de numerosas e importantes obras. Dialogamos con él, durante su visita a la ciudad de Córdoba, donde estuvo brindando una charla.
—¿Cómo ha evolucionado su arquitectura sustentable, en lo conceptual y constructivo, en función de los avances tecnológicos? ¿Le ha servido?
—La arquitectura parte de ciertos sentimientos y pensamientos. El lápiz va a la velocidad de los pensamientos. Yo hago muchos croquis, a gran velocidad, en cualquier papel que voy sacando, no tengo cuadernos ni nada. Pero hasta que no tengo una idea o grupo de ideas que conforman lo que uno se plantea o quiere hacer, no consigo una sensación física de paz. Luego todo es cuestión de desarrollarlo. Hago los planos a mano, con medidas. Y de ahí, eso pasa a tecnología bi o tridimensional, luego a calculistas y proyectadores. Ese es el proceso que sigo yo. Hay otras personas que directamente proyectan en la computadora y no sé cómo lo hacen. A mí me gustan los dibujos porque allí se nota el esfuerzo creativo, la duda, idas y contramarchas. Lo mismo me pasa con la maqueta, que tienen que estar sucias, llenas de trabajo, y además no engañan, porque se trabaja con escalas.
En la oficina usan unos programas que son BIM. Trabajan en línea los calculistas con la gente que hace las instalaciones. Yo estoy al lado para dirigirlos.
—En este orden de ideas, ¿qué perspectiva tiene sobre sobre lo que se avecina en la arquitectura a futuro?
—Estamos en el umbral de una nueva época y no se sabe a dónde va la arquitectura, y todo responde a dos factores: la tecnología, que de acá a 20 años podrá avanzar cualquier cosa, y todo lo vinculado a la sustentabilidad. Ambos conforman una nueva era, igual que en la época industrial. Hay que buscar una nueva arquitectura acorde a esta época, y ahí está la sustentabilidad.
— Trasladando esto a la parte constructiva, ¿cómo lo amalgama con su esencia de una arquitectura natural?
—Las primeras construcciones de Londres fueron realizadas con troncos, ramas, cuevas que fueron encontradas o excavadas. Lo mismo pasa con la luz, el agua, el viento. Ya no es solamente la interacción/integración visual de la arquitectura con la naturaleza o el paisaje, sino la parte física de la construcción. El habitante urbano que no está acostumbrado a la vida natural, sale los sábados y domingos, para llegar a la “tierra”. Una gran idea sería que se pudiera naturalizar la ciudad y que la gente vea los pájaros, los nidos, cómo se abonan las plantas y cómo florece en primavera. Que se haga contacto con los ciclos vitales. Y todo eso se logra con la utilización de materiales naturales en la construcción.
—¿Y cómo hacer para concientizar a los usuarios y nuevos arquitectos?
—Nuestras sociedades siempre tuvieron un anclaje en lo rural, lo italiano, europeo. Comparativamente con Chile, Argentina sabe utilizar la ciudad, aprovechar el espacio público. Uno aquí va por un café a la medianoche y lo tiene perfectamente bien, mientras que en Santiago está todo cerrado. La gente va donde cree que hay mayores empleos, oportunidades. Escapa a la ciudad porque en el campo cada vez se usa menos gente. Si las ciudades crecen, lo importante es saber cómo hacerlas vivibles.
—¿Qué lo llevó a realizar el tipo de arquitectura que hace? ¿Cómo fue su evolución hacia lo que actualmente realiza?
—En mi familia, teníamos un campo cerca de la costa. Y como campo no era muy bueno. Tenía una vista extraordinaria, hacia el pacífico. Íbamos al mar, andábamos en bote, y esas actividades me otorgaban una sensación de gozo. Otra cosa es que me tocó estudiar en la Universidad Católica, en una casa rural muy antigua, que en sus comienzos fue casa de campo, luego hospital, hasta que se la convirtió en escuela de arquitectura. En ese entonces, yo no tenía idea de la sustentabilidad, recién entraba a la facultad, a la que fui de 1960 a 1965.
—¿Recuerda su primera obra gestada bajo los conceptos de sustentabilidad?
—Hice un edificio que tenía más de 60 pisos, una doble espiral, con huecos adentro. Los departamentos eran “departamento casa”, ya que tenían tierra, árboles. Se formaban plazas en las que había fuentes de agua y cruzaban puentes. Todo esto lo proyecté como alumno de penúltimo año de la facultad. Mis primeras obras construidas fueron en la década del 80. Por una beca, estuve en un Centro de Estudios de Harvard en Boston (EE.UU), de ahí me fui a Inglaterra y luego a Japón. Esta época era de planificación urbana, más enfocada al diseño. Cuando volví, me dedique a la arquitectura, que era lo que me había gustado siempre; me cansé de escribir, de estar en un círculo cerrado en el que se compartían invitaciones y comentarios. Mis primeros clientes fueron mis hermanos. Me pidieron una casa parrón, que fue una de tantas que luego hice. La estructura en ellas estaba dada, y la parra estaba viva, tenía abejas, crecía, pero no afectaba la fisonomía de la casa. Después pasé a hacer la bio-vegetal, un sistema que va separado del muro. El encargado de limpiar los vidrios y quien arregla los jardines trabajan por separado. Los edificios no son tan cerrados, no se utilizan las cortinas, sino la vegetación, contemplando los cambios según cada época del año.
—¿Se encuentra realizando algún proyecto nuevo o tiene alguno en mente?
—Lo último que hice fueron unos edificios que para Santiago estaban un poco sobredimensionados. El edificio era como una enorme fuente de agua, que bajaba por diferentes partes. Una vez tuve una idea para realizar en un terreno, y resultó ser buen negocio.
—¿Incursionó en el uso de materiales, considerando el origen y su vida útil?
—Tiene que ver mucho con esta relación entre arquitectura y los materiales naturales. La arquitectura con el tiempo decae (los revoques, revestimientos, puertas, smog etc.) mientras que la naturaleza mejora. En Santiago hay un claro ejemplo de fusión entre la arquitectura y lo natural: el Cerro Santa Lucía, de pura roca, donde habitaban los Mapuches, ubicado en el centro de la ciudad de Santiago. En cuatro años, a un intendente se le ocurrió hacer una serie de edificios arriba, de diferentes estilos y calidades; les pusieron tierras naturales, y lo interesante es que la vegetación se fue tornando arquitectura, mezclando y subiéndose, perdurando para toda la vida.
—¿En qué temas nuevos está invirtiendo estudio y trabajo?
—En la oficina, cada proyecto es una pequeña investigación, lo que lleva a que uno se vaya montando sobre otro. Se van viendo las cosas que funcionan o son compatibles, y las que no se las deja de lado, es decir, se puede abrir paso a experimentar con otros materiales. Yo uso la luz natural y artificial, muy influido por dos artistas, uno de ellos ya fallecido. El que más me llegó es James Turrell, que comenzó a estudiar el fenómeno físico de la luz, trabajándola de forma artística y con gente de la NASA. Inventó un efecto llamado “Ganzfeld” en virtud del cual, cuando un sujeto ingresa a una sala, contempla un cuadro luminoso de color intenso, pero ocurre que al acercarse, se descubre que todo se trata de un gas, una luz corpórea, y que en realidad no hay fondo. Yo lo he hecho en diferentes instalaciones, utilizando tubos fluorescentes y luz negra.

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